Comentario
El ascenso del Príncipe de la Paz a la máxima responsabilidad de dirigir los destinos de la monarquía hispánica se debió a tres hechos. En primer lugar, al deseo de Carlos IV de reanudar las buenas relaciones con la Iglesia, que la política de Urquijo, en especial el decreto de 5 de septiembre de 1799, había puesto en entredicho, reforzando de nuevo los vínculos entre el poder y los grupos eclesiásticos más tradicionales y ultramontanos, una vez que se había producido la elección del nuevo Pontífice, Pío VII, en marzo de 1800. En segundo lugar, a la disposición del valido a someterse a los dictados de Napoleón, tras no haber secundado Urquijo los planes navales franceses y ordenar el regreso a Cádiz de la escuadra española surta en Brest, además de oponerse al nombramiento de Luciano, hermano de Napoleón, como enviado extraordinario a España. En tercer lugar, a las numerosas intrigas urdidas por Godoy para desalojar a Urquijo del ministerio y poderlo así recuperar.
En una eficaz labor de zapa, Godoy acusó a su rival ante los reyes de mantener correspondencia confidencial con elementos jacobinos de París y de falta de autoridad, ofreciéndose a poner remedio a los riesgos que la política de Urquijo causaba a la propia monarquía: "veo el Reino conmovido y noto una apatía en los que gobiernan, temo que VV.MM. ignoren lo que hay y temo más si lo saben y no lo enmiendan, me horroriza la voz popular y tengo miedo a los esfuerzos del pueblo cuando desconoce la autoridad. Mi persona, Señora, estaría en riesgo si tal desgraciada escena se verificase, la confianza que tienen en mí las gentes de razón y el temor que conserva mi justicia en la plebe pudiera tal vez dirigir sus esfuerzos a bloquearse conmigo". Además, Godoy había aprovechado la impopularidad del fatal decreto de 5 de septiembre de 1799 para presentarse como salvador de la religión, puesta en peligro por el jansenista Urquijo y sus secuaces.